lunes, 16 de marzo de 2009

Superhéroes y crisis (...). (I)


El Juez de toda la Tierra. Superhéroes y crisis política y moral prebélica.

[El superhéroe frente al marxismo-leninismo. Por qué es necesario invertir el espejo de las ficciones superheroicas para saber de dónde extraen los superhéroes su poder y en qué circunstancias históricas pueden seguir ejerciéndolo sobre el público lector]

Para que nadie se lleve a engaño o piense que nos llevamos a engaño, aclaramos ya que, en este parágrafo, vamos a argumentar a partir de una opinión plausible, que al mismo tiempo es el adelanto de la tesis a la que queremos llegar. Describiremos, pues, un círculo en nuestra argumentación; y dado que somos unos discutidores y unos bromistas, nos dará igual. Partiendo de la opinión de que “los superhéroes son figuras propagandísticas del Imperio estadounidense y refuerzan comportamientos tan mojigatos como agresivos” pretendemos extraer la tesis que sigue: existe una relación directa entre la regeneración de las ficciones superheroicas y los períodos de crisis y reajuste del proyecto universal (imperial) del Hombre americano. Por tanto, también afirmaremos que ambos, las ficciones superheroicas y el repliegue pre-bélico del Hombre americano, han mantenido, desde 1938, una correlación nada azarosa -una correlación directa, derivada de factores internos y no meramente accidental-, una correlación que se mantendrá mientras no se produzcan descomposiciones irreversibles en el cuerpo de las ideologías y tradiciones propias de la “Democracia atlética de los EEUU“, o -claro está- mientras el proyecto universal del Hombre americano no sea sometido y desarmado por fuerzas externas. Al encontrar las razones de esta correlación superhéroes-crisis del American Way, tendremos que descartar que fuese la mera casualidad la que hiciese caer la nave de Kal-L / Superman -nativo de Krypton pero, antes que extraño para él, forma definitiva (“del Mañana”) del Hombre (americano)- sobre el territorio de los EEUU, y no más bien sobre el del III Imperio alemán o el de la Unión Soviética -lo que, en el extremo, hubiese dado lugar a una ficción no menos interesante, pero mucho menos reconfortante para los lectores adolescentes de ACTION COMICS: pues, ¿cómo vencer a la nación antagonista que tiene de su parte al Hombre de Acero?-. (Dicho sea de paso: acerca de la aparición del Dr. Manhattan fuera del papel, facilitada por la milagrosa -en tanto inexplicable por la Física o la Fisiología- recomposición del cuerpo del físico Jon Osterman, todavía nos restaría preguntarnos si, en el fondo, no se trató sólo del antecedente necesario de la broma del Relojero universal que culminó en noviembre de 1985, una broma pesada que estaría contenida entre la primera y la última sonrisa amarilla de las viñetas de Watchmen, y durante la cual será precisamente la desaparición de Manhattan la que haga parecer inevitable la cabalgata final de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis nuclear).


En la misma medida en que defendamos este vínculo superhéroes-crisis del Hombre americano, nos veremos obligados a asumir que “los superhéroes han llegado para quedarse”, pero también tendremos que introducir la siguiente acotación: los superhéroes podían llegar sólo al mundo del Hombre americano, y sólo podrán sobrevivir en ese mundo mientras no se den cambios significativos en su composición ideológica, en los significados morales y religiosos propios sobre los que este Hombre americano concentra sus fuerzas y reanuda su empresa. Comprender esto, dicho sea de paso, no tiene por qué hacernos rasgar nuestras vestiduras. Los superhéroes, hechos de papel, sólo podrían caer -ser olvidados, y no “morir para resucitar“, como se les permite hacer- cuando la interpretación del mundo a la que están vinculados quedase libre de sus debilidades y crisis, esto es: o bien en la descomposición política de los EEUU o bien en la transformación de sus tradiciones religiosas civiles y su “filosofía moral“ cotidiana. Paradójicamente, el Superman “símbolo de la América pop” es incongruente, en tanto ampliación (ficticia) del Hombre (americano) y Hombre Supremo, con el acontecimiento de ese “super-hombre” [“trans-hombre“, dicen algunos] del que tanto hablan los lectores de Nietzsche [nota 1].
Podríamos reformular la tesis a sostener como sigue: Superman no sólo llegó a los EEUU -y no a “la Tierra”, sin concretar- desde una civilización kryptoniana atravesada por una crisis -que no superó-, sino que, además, el Hombre del Mañana aterrizó y sólo podía aterrizar en una nación política que, en 1938, se encontraba atacada, descompuesta y desmoralizada por una crucial crisis interna -paralela a las de las otras naciones industrializadas del momento-, pero que, anabolizada ya por las medidas económicas del New Deal, estaba resuelta a salir de ella, decidida a superarla por medio de la imposición “atlética” y universal de una Paz americana mundial -esto es: exportando como fuere su propia idea de “Concordia de las naciones“. ¿Se dan cuenta de que aquí ya estamos intentando correlacionar tiempos de crisis (en principio, económica, aunque también política y moral) del Hombre americano y tiempos de necesidad de superhéroes? Según nuestra lectura, esta correlación superhéroes-imperialismo (del American Way of life) no estaría dada en el plano de las ideas eternas o al nivel de los arquetipos de la inconsciencia colectiva, sino que se habría configurado en un plano tan terrenal y localizado como el que podría confirmar aquella tesis, propia de la filosofía marxista-leninista, de que los choques de intereses (económicos) entre las naciones capitalistas contemporáneas producirían, en primer lugar, desajustes sociales y crisis productivas dentro de cada una de ellas, para después derivar en choques violentos que tienen que alcanzar la talla de guerras entre imperios, o acaso, la forma de otros conflictos por el “reparto del mundo”: las guerras mundiales, los conflictos de periferia en países descolonizados o asimilados, etcétera, y en definitiva, la destrucción -directa y a gran escala- de un “excedente“ de mano de obra y capitales productivos. Pues si toda nación política moderna, incluida la Democracia atlética de los EEUU, tiende a expandirse y a someter a otros pueblos según su interés, y además tiene medios para hacerlo a escala geográfica realmente global “en un mundo de tamaño finito“, los diversos imperios tendrán que frenarse mutuamente y quedar sometidos a conflictos de intereses -no directamente militares- tan pronto dos de ellos vayan a extenderse sobre la misma parte del mundo conocido: un mundo finito en el que, una y otra vez, se regresa a la preguntas “¿quién está de más? ¿Quién va a hacer hueco para que volvamos a poner en marcha nuestra interpretación del mundo?”.



Puede compararse esta competición entre imperios, en definitiva, a una versión siniestra del juego de la silla: no hay asientos suficientes para todos los jugadores, y cuando acaba la música, no pueden sentarse dos jugadores en el mismo asiento. Este juego incluye, también, el enigma del “nudo gordiano“ que quiso resolver Alejandro para el mundo de la Antigüedad, y que en la ficción de Watchmen intenta despejar un moderno Ozimandias: cómo deshacer el nudo sin que al tirar de uno de los cabos se complique su enredo, o en otros términos, cómo insertar la Armonía (absoluta) en la historia universal, sin que esa intervención pacificadora se convierta en un sometimiento parcial de las otras partes en conflicto -un sometimiento a la Paz del Ozimandias de Moore, o a la Paz del Superman (Rojo) de Millar, pero en todo caso, a la paz impuesta por una tercera parte. Ahora bien: en este juego, quien se quede de pie tras cesar la música no saldrá por su voluntad del escenario, ni tampoco se tendrá que someter al juicio de ningún “árbitro imparcial“ que quede al margen del juego -ese árbitro tendría que ser presentado, acaso, como un Dios providente, un Ser Supremo o una Razón universal, dependiendo de cuán ilustrados nos declaremos- sino que intentará echar a otros y ocupar sus asientos. Por supuesto, cada uno de esos imperios querrá tener a ese Dios [véase IV, 27 y 28] -un Dios que nunca es el mismo para todos- o esa Razón universal de su lado: y si éste no le da señales de haberle señalado por medio de su Providencia como “destino de toda la historia universal”, otras formas de ideología tendrán que salir a escena para que, por medio de nuevos significados, se mantenga y agudice el necesario espejismo de la validez universal de sus “valores” y de la imparcial legitimidad de la defensa de sus intereses. Tan necesarias como las armas que, haciendo saltar en pedazos a sus antagonistas, aportan razones sobre la validez del proyecto universal del Hombre (americano, en este caso), son los significados morales y éticos que incorporan las biografías de los hombres concretos a la reposición de dicho proyecto: y esos significados son justamente los que, de un modo ambiguo y precario, llegan a rescatar -en la parte que les toca- las ficciones de superhéroes en 1938, en un momento en el que el hombre medio del Sueño Americano, irresuelto acerca de la toma de una figura ética de resistencia ante el desplome parcial del proyecto político en que se halla embarcado, acepta un nuevo género de discurso metafísico: el género superheroico, que según nuestra lectura, sólo es posible como extensión de la ambigua constitución de las tradiciones morales y religiosas de los estadounidenses, siempre expuestos al cruce entre el protestantismo dominante y la proclamación de la “religión natural“ de los deístas ilustrados que inspiraron a sus “padres fundadores“: “IN GOD WE TRUST” [ya veremos esto]. Será ya tras la “muerte de Dios”, en el periodo de entreguerras, cuando, en el caso de la primera república moderna, la intervención de la mano del Dios (americano) que puede y debe asegurar la Justicia en el curso de los hechos, quedará suplida y suplantada (ficticiamente) por las figuras superheroicas que aparecen dibujadas sobre el papel de los cómics. Si el replanteamiento de las ficciones superheroicas y su recuperación tuvo que cobrar, en el extremo y a plena máquina, la forma de una Crisis en Tierras infinitas (al otro lado del papel), en nuestro mundo -esto es: “fuera” del mundo fingido por el trampantojo de papel- lo único que podemos encontrar efectivamente son Infinitas crisis (del Hombre americano) en una Tierra finita. [nota 2]

1 comentarios:

vurdalak dijo...

Algunos artículos más, genial. Los leeré con atención.

Enhorabuena por tu(s) blog(s).

Nos leemos.
D.