lunes, 16 de marzo de 2009

Superhéroes y crisis (...). (III)


[Adrian Veidt nos daría la razón: superhéroes y crisis del Hombre americano van de la mano, de tal manera que acabar con las guerras (de Estados Unidos) sería acabar con el “heroísmo evidente“. Sin embargo, su resolución “utópica“ del enigma del nudo gordiano es tan quimérica y tan ficticia como ha de serlo la misma ficción superheroica, y no resistirá la exposición a las condiciones de la existencia.]


En definitiva: estamos afirmando que en nuestro presente histórico, en Norteamérica y en el contexto de "influencia cultural" de los EEUU, el auge de las ficciones de superhéroes -ahora en diversos formatos y medios, aunque especialmente en el de las historietas ilustradas y el cine- viene de la mano con los desajustes propios de tiempos pre-bélicos. Como veremos, es este mismo "diagnóstico" sobre las causas últimas de los "males de los hombres" el que parece estar -aunque sólo de modo confuso- al fondo de los planes de Adrian Veidt para la pacificación total del mundo contemporáneo y el abandono del interregno de las figuras superheroicas. En su mundo pacificado, el "heroísmo evidente" de los superhéroes o los enmascarados sería innecesario [XII, 17] -y esto es justamente lo que estamos intentando decir nosotros, aplicándolo al "heroísmo relatado" de los cómics de superhéroes. Ahora bien: los males que él achaca retóricamente a la "oscuridad de los corazones de los hombres" [XII, 17] son enfrentados por él mismo no por la vía de la "domesticación paciente" de esa oscuridad, sino por la intervención violenta en la marcha de la historia universal misma, o mejor dicho, por la simulación mortal y encubierta de un "choque destructivo" entre un enemigo extraterrestre y su propia nación; además, esa intervención apunta, pese a su retórica, a las guerras entre naciones históricas como raíz última de todos los "males" y las "injusticias", y no hacia una supuesta "violencia atávica" inscrita en la condición humana, inveterada en su "corazón" como un impulso tanático primordial. Hasta ahí, podemos reconocer cierta adecuación del plan de Veidt al logro de esa "unidad política pacífica del Orbe bajo el moderno Ozimandias" que éste persigue: situando ante las naciones políticas enfrentadas a un enemigo común -aunque fuese fingido-, podría instalar entre ellas, por la fuerza de la necesidad, una cierta concordia política -no exenta de problemas, que comenzarían con el tiempo a recordar a los que ahora se dan "dentro de las fronteras de una nación".


Ahora bien: "el hombre más listo del mundo" no ha caído en la cuenta de que esa paz sólo podría mantenerse e irse dotando de contenidos reales por la conquista y destrucción bajo la misma bandera de las fuerzas y territorios de ese "enemigo común". El nuevo y fingido "enemigo de toda la Tierra (unificada)" no sólo tendría que irse presentando una y otra vez -y sin fin- en la marcha de los asuntos de la Tierra, atacando ciudades aquí y allá sin considerar las actuales fronteras entre naciones políticas; también la mano del que lo mueve secretamente "desde las máquinas del teatro" tendría que procurar, del mismo modo, que la conquista de sus territorios y sus fuerzas ofreciese a esa Humanidad solidaria los elementos materiales necesarios para la continuación indefinida de su expansión por el cosmos a costa de esos (fingidos) terceros, o al menos para la perpetuación de su resistencia sobre el planeta. Dado que el plan de Ozimandias no prevé ni lo uno ni lo otro, sino que confía en la liberación definitiva de esa mítica "fuerza luminosa del hombre" que debe contraponerse a la igualmente mítica "oscuridad de su corazón", su efecto inmediato estará perdiendo ímpetu y estrellándose contra el suelo tan pronto los hombres bajen de nuevo su mirada a los asuntos y a los conflictos terrestres que, tras la aparición única del enemigo de la Tierra (unificada) y pese a ella, siguen acuciándolos y enfrentándolos en la marcha histórica. Nos atrevemos a vaticinar que, aun sin darse la reaparición cómica del diario de Rorschach al final de la historia y por más enterrado que hubiese quedado el secreto de Veidt, la Paz perpetua de Ozimandias se habría convertido en humo tan pronto volviesen a encontrarse los hombres situados en la realidad de sus problemas históricos.

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