jueves, 18 de febrero de 2010

La risa y la caída del héroe ante la casualidad (introducción)

[La risa como expresión de un equilibrio entre la acción y la casualidad.]

(...) ¿Qué más pueden decirnos los fenómenos de la risa y de lo cómico sobre los temas de Watchmen? Si lográsemos presentar la risa, en cuanto respuesta a la cancelación cómica de la acción dramática, como la contrafigura de esa posible resolución triunfal de esa misma acción que vendría sostenida por la intervención del (super)héroe, quizás pudiésemos apuntar una nueva “tesis de fondo” bajo las viñetas de esta obra: una tesis de fondo que, de nuevo, la estaría dotando de una “filosofía de la ficción de superhéroes”. El modo en que las viñetas de Watchmen juegan a callar tras haber hablado se hace doblemente manifiesto merced a la aparición -ahora sí, nada casual, sino calculada- de esa sonrisita amarilla que, reducida a un esquema, parece estar ocultando, cual máscara, al mismo autor de la historia, como si éste jugase a ser un Dios respecto de los personajes –por seguir la conocida analogía de Chesterton. Quizás haciendo algún apunte acerca de las relaciones que, más allá de la ficción, aparecen entre la risa y el ejercicio cotidiano y vital de la comprensión [nota 1] podamos regresar al significado de las apariciones de esa sonrisa en las páginas de esta obra y calibrar el modo en que este símbolo determina su calidad dramática: ¿se trata de una tragedia, de una comedia, de ambas cosas? Quizás esa sonrisa –y es por esto que no deja de ser significativo el que aparezca tanto en la primera como en la última viñeta- acabe sugiriendo lo siguiente: que la acción de la trama ha descarrilado como intento de composición "en los términos de la Historia universal" de una epopeya heroica –la epopeya secreta de Ozimandias- y vuelve a situarse, en su conjunto, en la frontera de la cómico, en un punto indeciso entre el éxito de los actos de los personajes y su cancelación cómica, localizado entre -decíamos en el párrafo anterior [véase el final de “El abismo te devuelve la mirada”]- "la casualidad y lo intencionado, la esfera del azar y la de lo abiertamente significativo".


[Consideraciones generales sobre la risa como forma expresiva (orgánica) del sentido. Los dos tipos de gags.]


(…) Entonces, ¿cómo se produce la risa, sea ante una situación impremeditadamente cómica o ante una actuación que busca producirla? ¿Cómo dar reglas para que todos puedan preparar, cuando les venga en gana, un buen gag o inventar un buen chiste? ¿Qué reglas deben confirmarse para que se produzca, aunque nadie tome parte en eso a conciencia, una situación cómica? No hay manera de producir la risa ateniéndose a reglas, justamente porque la inflación que la desata sólo se da cuando falla en el entendimiento de los hechos el recurso a las reglas de lo cotidiano, que normalmente con éxito, nos adelantan el sentido de la situación de la que participamos -acaso a título de mero espectador. Frente a lo cotidiano, las comprensiones y las expresiones de lo engañoso y lo cómico pueden funcionar sólo como casos límite, al modo de excepciones "que confirman la regla" o rupturas que no se podrían producir cuando todo intentase pasar por engañoso o por gracioso. (…)

Es en las afueras de lo cotidiano donde brota lo cómico, y es también en esas afueras donde se abre la posibilidad de un riesgo y de la intervención heroica en la acción; tanto en la producción de lo cómico como en la intervención heroica, el desarrollo de la situación da un timonazo que la lleva a resolverse en contra de lo que era, en su primer rumbo, anticipable. Suspenderse la comprensión de una situación y anularse su sentido, esto es, dejarse ésta invadir por lo absurdo de los acontecimientos, tiene mucho que ver con la risa, aunque no puedan coincidir siempre lo absurdo y lo gracioso. Ante situaciones graciosas que se preparan impremeditadamente, como también ante el gag o el chiste, la tensión por resolver una comprensión de los hechos se genera, en principio, del mismo modo en que se genera ante una situación cotidiana: intentando situarse en la figura de sentido que "envuelve" la situación y que ofrece, por así decirlo, la clave de su desarrollo. (…) El engaño y el gag se preparan siempre como "traiciones" al desarrollo regular de los acontecimientos. Del mismo modo que en la lucha una finta surte su efecto engañoso valiéndose de la figura de la maniobra que defrauda, el golpe cómico originario requiere del abandono, voluntario o involuntario, de la figura de sentido que se estaba haciendo presente en la situación. Al cumplirse un engaño vulgar, cuando ya se nos ha dado "gato por liebre", es difícil evitar que en la propia situación no comparezca, bajo los escombros del sentido aparente que acaba de volar por los aires, el que nos había sido encubierto por el defraudador: ¿ocurrirá lo mismo en el gag cómico? Quizás lo propio de lo cómico consista en asegurar que, tras su manifestación en la risa que corona el golpe y delata la naturaleza de la situación, no quede ningún sentido no-fingido en la situación que pueda ser recuperado: lo cómico se da por sí mismo, y se entiende por sí mismo, sin necesidad de una "finalidad más allá". Ante los cómico, no es necesario el "¿y a qué viene eso?". Eso apartaría lo gracioso del engaño y del mero fracaso de la acción, que nunca dejan de tener un término a la vista, aunque éste haya quedado de salida encubierto o finalmente desplazado.

La risa no culmina tampoco la situación ante el mero fracaso del propósito que confería su figura de sentido manifiesta a las conductas de las que estábamos siendo testigos: de otra forma, cualquier fracaso en la ejecución de una maniobra complicada del que seamos espectadores podría movernos a risa. En el circo, los intentos incumplidos de los trapecistas no se confunden, en general, con la actuación de los payasos. La risa toma la situación exclusivamente cuando esta última se ha resuelto de tal manera en los hechos que ha autoanulado su propio sentido, rompiendo la figura de buen éxito que se habían imprimido ellos mismos y, por así decirlo, tragándose su propia secuencia, como la serpiente ouroboros. Es entonces cuando la comprensión, ateniéndose a la autocancelación de la situación dada, no puede proseguir: su exceso de sentido acumulado, un sobrante orgánico de finalidad con el que no puede hacer nada y que ya no puede ser depuesto en la situación misma en que se había producido, acaba expulsado por medio de la risa, merced a cuya liberación la comprensión vuelve a estar como si nada hubiese sucedido. En la risa, como en el juego, el cuerpo viviente del hombre encuentra el gozo de la función (la del comprender y expresar) por la función misma, a pesar de que sus despliegues de fuerzas vitales no lleven a ningún lado: ambos, la risa y el juego, son casos de un desequilibrio corporal benigno en cuya producción y posterior desalojo las funciones expresivas y conductuales no ganan ni pierden nada, más allá del recreo y la alegría tonificadora que obtienen de su haber tratado con lo excepcional, o por medio de su capacidad de recobrarse finalmente para lo habitual.

En resumen: podemos afirmar que la resolución cómica de una situación se funda, frente al engaño o el mero fracaso, en la autosupresión, iniciada y culminada en la lógica de la situación misma, del que era su sentido patente. Cómo invocar esta autosupresión en una concreta situación no es anticipable en regla alguna, sino que, como la corona del héroe que salva la situación, responde sólo a lo pasajero de la ocasión; pero, en general, cuando encontramos a alguien que, intencionadamente o no, ha ocupado a la sazón la figura del gracioso, reconocemos en él un saber encajar su acción o sus palabras en la situación dada: encajar no de cualquier manera ni para el éxito, sino de modo que, recogiendo el impulso del sentido que la situación misma estaba desplegando, su intervención como gracioso, por sus dichos o hechos, pueda darle un giro tras el cual la propia situación, que sigue avanzando, naufrague y desaparezca en sí misma, como si el después del golpe cómico encajado hubiese recaído sobre el antes, brotando de él con toda naturalidad y, al mismo tiempo, frenándolo, reduciendo la dirección del conjunto a un cero, a un equilibrio dinámico entre dos fuerzas que, dentro de la misma unidad, se contraponen, resultando en una nada. La risa ofrecería, en el orden de las fuerzas vitales de la comprensión, una fuga por la que dichas fuerzas quedarían anuladas, persiguiendo el desalojo de sentido que tiene lugar, merced a un golpe súbito y certero, en la situación cómica.

De aquí que, si toda risa acompaña esencialmente a un balanceo indeciso de la situación entre la abierta significatividad y el ocurrir desprovista de significado, volvamos a tener que caracterizar el ámbito de lo cómico como una "tierra de nadie" que se extiende en la división de dos esferas: la de los acontecimientos comprensibles que se constituyen de inmediato en torno a propósitos y fines asociados a conductas de personajes representados o seres vivientes, y la de los hechos explicables que no responden a finalidad y se determinan según relaciones causales rígidas, mecánicas. Aunque no sean éstas dos esferas perfectas, incomunicadas e independientes, valdrá la distinción.
Para hacer más claro esto, proponemos imaginar una línea con dos extremos: en el primer extremo, tendríamos el caso ejemplar de una acción exitosa, en la que identificamos a un agente animado con voluntad, siendo posible entender -al menos parcialmente- cuáles son sus propósitos cuando éste, ante la situación que lo rodea, opta por una vía de acción entre muchas con un margen de variación amplio; por medio de esas operaciones intermedias el agente, sorteando los escollos, logra el fin propuesto: el héroe, haciéndose camino en medio de aventuras y resolviéndolas a su conveniencia mediante acciones bien encajadas, llega a recoger finalmente el premio del gobierno de un reino o la conquista de un gran poder. Si este caso se sitúa en un extremo de la línea, en el otro debemos localizar toda la sucesión de cambio según leyes de los fenómenos que pertenecen a las explicaciones de las diferentes ciencias físico-naturales, en las que esos cambios se presentan y manejan como determinados necesariamente por factores dados, exentos de relaciones de intencionalidad, propósito o búsqueda de un fin que puedan cumplirse o fallar: comprender, en ese caso, está rigurosamente de más, porque no hay un sentido que trazar como "figura de acabamiento" de la situación. A la misma distancia de ambos extremos del segmento –el heroico y el mecánico-, en esa indecisión del "sentido autoanulado" de la que hablábamos, se halla el pozo de lo cómico, en el cual caen, desde un lado, las acciones que acaban, por efecto de un oportuno resbalón (por lo general nunca premeditado, aunque muchas veces fingido con gracia) en la autosupresión de su sentido, y desde el otro lado, las sucesiones de fenómenos mecánicos que, de casualidad, llevan a la producción ciega de un resultado que, por su adecuación a la situación, se hubiese dicho exitoso, de haber sido conducida su producción por un agente en lugar de ser ciega: ¿no es éste el tipo al que responde la oportuna aparición de la sonrisa en el cráter marciano en el capítulo IX de Watchmen?


Para volver de inmediato sobre ello, seamos ahora más breves en nuestra conclusión: las situaciones cómicas suponen un juego de intercambio de papeles, voluntario o no, entre el genuino agente y el movimiento indeliberado –“automático”, "espontáneo", por la raíz griega de la palabra- que lo suplanta, entre las potencias del héroe y los resortes de la casualidad. El héroe es, desde siempre, aquel más capaz de salir airoso de la acción y conducirla para su éxito mediante intervenciones dotadas de propósito, sean cuales sean las dificultades y a pesar de los contratiempos, acertando con su flecha justo allí donde puede decidir la situación; el autómata es capaz de lograr con sus movimientos mecánicos los mismos resultados que éste sin que, en ningún momento (nota 2), tome él parte en alguna acción o propósito; igualmente, quien, a sabiendas o no de lo que hace y de cómo lo hace, deja obrar sobre sí ambos papeles al mismo tiempo, es el gracioso; y para desgracia del héroe, es posible que las casualidades pesen en el desenlace de la historia en que tiene que actuar más que la dirección que él hubiese pretendido dar a los hechos mediante sus acciones. Como veremos cuando hablemos sobre Adrian Veidt, no siempre aquel que quisiera hacerse con el título de héroe logra imponer el sentido de sus acciones a la lógica de la historia en la que toma parte.


Notas.
(1) Aquí "comprensión" no hace referencia a ningún afecto de empatía psicológica, al menos inicialmente. Nos interesa aquí la comprensión como acto orgánico de aprehensión de sentido en las acciones de otros seres humanos o incluso en la conducta propositiva de los animales; en esta acepción, tiene mucho que ver también con la comprensión tácita en la que nos movemos, a muy diferentes niveles, cuando nos conducimos de determinado modo ante las cosas que forman parte de nuestro mundo, atendiendo a su utilidad sin reparar en ellas, o cuando conocemos algo sobre el estado de salud o los apetitos de un ser vivo por medio de sus expresiones. También en los animales superiores puede hablarse de una comprensión y una comunicación inarticuladas: presa y depredador "se entienden" cuando el uno se adelanta a los fines del otro. En un nivel específicamente humano, la comprensión se da también en torno del lenguaje articulado, escrito o hablado, y exige nuevos modos de hacer frente a la situación en torno, como en el caso del niño que aprende a ser espectador de una obra de teatro o a seguir un concierto en silencio; pero tiene en común con los otros niveles el desenvolverse en función de una figura de sentido, que no es meramente "psíquica", sino que está dada y complicada en las cosas o figuras mundanas, tal como se aparecen a los seres vivos que desempeñan algún tipo de conocimiento en su conducta. Por supuesto, la comprensión humana, dada en función de instituciones y normas, se abre a modos de participación "hermenéuticos" que quedan fuera del conocimiento sensorio-motriz propio de los aprendizajes animales.

(2) Para detenerse en este asunto del intercambio de papeles entre el autómata y el agente racional, desde una perspectiva académica en la tradición de la filosofía de Kant, pueden consultar el artículo "La máquina, la risa y la venganza del accidente", de la profesora de la Universidad Complutense Nuria Sánchez Madrid.

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