domingo, 17 de enero de 2010

Superhéroes, Teodicea y el 11-S (extractos)

[Los superhéroes ante el 11-S. El problema de la Teodicea.]

(...) En estos tiempos, ¿cuáles son los compromisos del Dios nacional? Tras los terribles atentados "contra los ateos y contra el Diablo" del 11 de septiembre de 2001, el Gobierno de los Estados Unidos puso en marcha una operación militar llamada en principio "Justicia Infinita", por sinonimia con "Justicia Divina" -está claro que sólo un Dios (americano, por exclusión del Dios de los terroristas, que era el islámico) podía estar detrás de una "Justicia Infinita". El presidente George Bush II llamó a sus aliados a una "cruzada contra el terrorismo", dejando entender que se refería al terrorismo organizado como guerra santa; en otros tiempos, convocar las cruzadas era potestad del Papa. ¿Era esto una nueva expresión del "conflicto de las interpretaciones" que debía resolverse mediante el "diálogo"? En este caso, cada parte sabía de antemano o bien quiénes eran los inicuos o bien quiénes eran los ateos, y obraba en la convicción de estar siendo asistida por un Dios. La Justicia de Dios, en lugar de presentarse de modo prodigioso -como durante el azote de las Diez Plagas sobre Egipto-, se expresó guiando las armas norteamericanas hasta sus objetivos de guerra. Por cuestiones de "respeto a la sensibilidad musulmana", esto es, para evitar anunciar esta guerra del Dios americano como una primera batalla contra el conjunto de los musulmanes, incluidos los musulmanes norteamericanos -quienes, a su vez, alegaron muy lúcidamente que sólo Dios, el Alá musulmán, era capaz de impartir una "Justicia Infinita"-, el nombre de la operación militar se cambió, a los pocos días de su anuncio, por el de "Libertad Duradera". De esa manera, la diplomacia y las "relaciones públicas" deshicieron el "malentendido".

¿Es frívolo haber hablado en estos términos de semejantes hechos sólo con un propósito expositivo, o ya el "malentendido" mencionado había frivolizado por sí solo toda la situación? En un tiempo en el que los cómics de superhéroes pueden mostrar a su público a un Spiderman que vaga compungido entre los escombros humeantes de las torres del Centro Mundial de Comercio (World Trade Center), resulta muy difícil frivolizar con frescura. Por supuesto, un cómic tal fue dibujado, impreso y distribuido atléticamente [nota 1], y hemos de suponer que se publicó con el propósito benévolo de encomiar las personas de quienes arriesgaron y hasta perdieron su vida al auxiliar a compañeros y desconocidos durante la evacuación de los dos rascacielos atacados en Nueva York.

La valentía de éstos habló ante los propios autores/lectores del cómic más que ningún episodio dibujado de las acciones superheroicas, dejando lugar a una equívoca moraleja final en las últimas páginas del número: en esa ocasión, los héroes no habían actuado bajo ningún antifaz o auxiliados por poderes extraordinarios, sino que vestían trajes corrientes o iban uniformados, desempeñando durante el rescate quehaceres que nada tenían que ver con los vuelos de los superhéroes. Pero, ¿por qué permitirnos honrar a estas personas con el título de "(super)héroe", cuando los héroes, que son esencialmente ficticios o legendarios -incluso cuando estén inspirados por el relato de episodios históricos-, jamás han tenido que arriesgar tanto como ellos? ¿Qué derecho tenemos a hablar según una medida moral tomada de la ficción para sentenciar con ella sobre el mundo histórico en que estamos inmersos, si es ganar referencias morales lo que pretendemos y no más bien generar literatura de ficción? Ya hemos visto más arriba cómo los superhéroes, escapando de las páginas de los cómics, quedan deformados en su entraña, rechazados y negados en sus aspectos ficticios esenciales hasta que de ellos sólo permanece el disfraz: los disfraces de los Minutemen y los otros "superhéroes" de Watchmen. ¿Por qué insistir en el reverso de ese mismo equívoco y aplanar el mundo histórico al objeto de que éste y sus personas se encierren en los límites del género de discurso superheroico? (...)



A lo largo de su impertinente y tardío paseo entre las ruinas de las Torres Gemelas, el asombro de Spiderman, quien propiamente está de más en la situación, es interrumpido por la pregunta de un hombre en uniforme de bombero, que se dirige a él con severidad: "-¿Dónde estabais [los superhéroes]?"; el enmascarado cree justificarse con otra pregunta: "-¿Cómo íbamos a saberlo? ¿Cómo podíamos imaginarlo?". Reflexionando sobre esto, encontramos que la aparente pregunta del bombero ficticio es ya una respuesta a una segunda pregunta, y que en realidad vuelve a justificar en algún grado la presencia tardía del enmascarado: no está de más que encontremos ahora a alguien que reúna sobre su persona poderes que le hubiesen hecho capaz de evitar los atentados paseando entre las ruinas porque, al menos tarde, ha llegado al lugar donde se le requería. Con su reproche, el bombero ficticio vuelve a restaurar y reservar el lugar vacío de un milagroso agente de la Justicia a beneficio de los superhéroes, que en esta ocasión, -afirma- no han alcanzado a intervenir a tiempo, a favor de los justos, en el curso desastroso de los acontecimientos, y sólo podrán colaborar en una reparación posterior: en la última página del número, todos los superhéroes de la marca Marvel avanzan contra el lector en formación de combate, siguiendo al Capitán América hasta el nuevo enemigo, allí donde se encuentre: ¿fuera del papel? Mas, ¿y si lo que falla en la intervención superheroica no es tanto su tardanza, sino su propia idea, y más que su idea, el que esté vinculada tan íntimamente a los acontecimientos históricos en los que, allí donde termina el papel del cómic, se encuentra inmerso el Hombre americano?

Pues el puesto que suplen los superhéroes ante los atentados del 11-S, vacío por haber sido ofrecido por los "buenos americanos" a un Dios americano que o bien no ha llegado a comparecer en los márgenes de la historia o bien sólo ha enviado a sus representantes, no pertenece ya al tiempo de la acción ficticia, por más que los superhéroes intenten engranarse en la historia contemporánea y los autores/lectores pidan que se presenten "al lado de ellos" en el tiempo histórico fuera del papel. Si soslayan esto y se dejan llevar del hilo del relato, una vez inmersos en su espejo, el lector y al autor del cómic asumen de inmediato, a través de la intervención del bombero ficticio (precisamente por el peso "cotidiano", verosímil del personaje), que en algún pasado reciente, en el mismo tiempo de la acción ficticia que presenta las viñetas, la presencia en la escena del superhéroe hubiese sido del todo pertinente, al menos durante el ataque a los rascacielos acontecido el 11 de septiembre -esto es lo que viene a decir el bombero, diciendo otra cosa. Pero: ¿y si tampoco en ese pasado reciente, pero ya inalcanzable, hubiese sido pertinente su presencia, aun dentro del tiempo ficticio? (...) Una vez se comprende esto, ¿cómo mantener vivo el reproche que hacía el bombero, en nombre de autores y lectores, a Spiderman? ¿Cómo no interpretar ese reproche como un chiste macabro? ¿Por qué en un cómic sobre el 11-S el hilo de la ficción todavía está pensado para encajar a los superhéroes en el mundo del Hombre americano? (...)

Estas últimas son las preguntas que, en los límites del género superheroico y la posición histórica que le da lugar, resulta imposible o formular o comprender; al final de la trama de Watchmen, por supuesto, las preguntas se plantearán de modo que inviertan y anulen el sentido de la ejecución del gran plan de Veidt, al permitir los autores que ya en el propio tiempo ficticio de la trama -el medido por el reloj ensangrentado- la gran intervención heroica de éste tenga lugar y, coronada por un golpe cómico casual, quede anulada en su sentido. En efecto, ¿cómo decir, tras la recuperación del diario de Rorschach, que esa intervención secreta de Ozimandias fue pertinente en vista de sus resultados, esto es, según el criterio con el que comprendemos que el mismo Veidt la había ejecutado? ¿En realidad podrá evitar por siempre el desencadenamiento de la guerra nuclear -o mejor, de cualquier otra guerra, como pretende- la cruenta "gran acción" de Veidt, que ha propiciado la pacificación del mundo contemporáneo con la sangre de tres millones de personas, transformando en ese mismo instante su aparente crueldad en el brillo divino que lo funde con la leyenda de Ozimandias? (...) Su insistencia en tomar parte como (super)héroe (contemporáneo) sin superpoderes en la "salvación de la humanidad" es, por paradoja, la que acaba mostrando trágicamente, a través de la ficción, cómo la presencia de tales figuras ficticias en la historia es, de antemano, tan imposible como gratuita: y por extensión, indica por qué la ficción debe renunciar a fantasear con esas figuras.
Pero demos un giro más al paseo de Spiderman por la "Zona 0" antes de cerrar esta sección. Sin duda es ya muy significativo que alguien se permita volver a colocar a los superhéroes en la situación cuando ya no pueden aportar nada propio, con el simple propósito de reprocharles que se les ha echado en falta, que no han ocupado el lugar desde el que se esperaba tomarían parte para salvar la situación (a favor de los justos). (...) El bombero, con su aparente reproche, hablaba en nombre de todos los que conocen el género de superhéroes. Su pregunta era de inmediato comprensible para quien esperase que, al menos en la ficción, alguien hubiese asistido a la escena de los atentados para interrumpir milagrosamente -más bien, prodigiosamente- el curso de los acontecimientos. Decididos los acontecimientos, ¿qué consuelo podían aportar los superhéroes, si tampoco se les podía permitir evitar los atentados sobre el papel? Ninguno de los superhéroes o de los supervillanos de la factoría Marvel dejó de llorar entre las torres caídas, buscando las razones de aquella destrucción. Si no me equivoco, por primera vez en su carrera de malvado profesional, el Doctor Doom nos mostró que todavía podía derramar lágrimas bajo el corsé de su máscara de hierro. Aunque los supervillanos se hubiesen esforzado en adelantarse al mal, la historia les hubiese sorprendido con males todavía más incomprensibles. (...)

El superhéroe, entre los escombros humeantes, se pregunta una y otra vez "¿por qué?". Podría estar preguntándose por las razones que otros tuvieron para producir ese horror contra dos edificios civiles o por las razones por las que Dios había permitido que América, un país justo, lo haya padecido, en un ataque preparado en la paz dentro de sus fronteras y no durante una guerra. Vuelve a ser la pregunta de la Teodicea sobre cómo reconciliar la omnipotentia y la suprema bondad de Dios con el hecho del mal. En la ausencia de un plan de un Dios (universal) o una Razón que sean los mismos para todas las partes en conflicto, conocer las razones de un enemigo no es primordialmente "hacer las paces con él", "ver las cosas desde su punto de vista para comprender lo que hace y tolerarlo", sino subrayar en el mismo antagonismo aquello que puede servir para adelantarnos a él o doblegarnos ante su imposición. Pero no parece ser eso lo que busca Spiderman con su pregunta, porque él entiende, independientemente de lo que hablen sus enemigos acerca del Dios único (Alá), que sí hay una universalidad de referencia para él y los terroristas: la universalidad de su propio Dios, el Dios americano (aunque sea el mencionado por el lema del billete de un dólar, "el Dios de los deístas"), y la idea histórico-política del Hombre que le va aneja. Por vez primera, el superhéroe, en el cruce contradictorio de su despiadado "mundo postmoderno" y su orden de valores universales, se tiene que hacer la pregunta que a él mismo, en relación al mundo del lector, le confiere una función de respuesta (de respuesta ante la misma pregunta, hecha por sus lectores): "-¿Cuánto tendrá que esperar el ajusticiamiento de buenos y malos? ¿Por qué han de sufrir los justos?".

Después de años de sobreabundancia de historietas de superhéroes, el que un superhéroe se haga las mismas preguntas que vinculan su género a los lectores contemporáneos nos indica que no hemos abandonado el cruce en el que su figura pudo ostentar en 1938 un sentido inmediato ante el público adolescente de Norteamérica; pero del mismo modo, nos obliga a vérnoslas con estas preguntas sin permitir que, puestas éstas también en la boca del superhéroe, el superhombre a la americana se las apropie y nos evite examinarlas sin su cristal. El superhéroe, como decíamos, carga a rastras con el peso muerto de otros fenómenos contemporáneos -religiosos, sociológicos y morales- que avanzan sincrónicamente con él, y que hacen que su intermediación como "figura significativa" determine la resolución de esas preguntas en cierta dirección, ya de antemano. Para prescindir de los superhéroes -lo que está lejos de ser un resultado de una "autocrítica voluntaria", sino que debe ser preparado por los acontecimientos mismos de nuestro mundo- prescindiríamos antes de algunas irresoluciones y espejismos centrales de nuestra época. Por eso al final de Watchmen, cuando el último (super)héroe ha quedado expulsado por la sonrisa del lugar triunfal, se introduce la cita de John Cale "sería un mundo más fuerte, más fuerte y hermoso, donde morir".

(...) Además de actuar providencialmente como "espadachines del Dios americano", los superhéroes tomaron la escena del pulp en 1938 ya dispuestos a suplir plenamente la mano de ese Dios, facilitando con sus superpoderes los milagros y los ajusticiamientos que Él hubiese prescindido de cursar. Gracias a sus superpoderes, estaban ya preparados para proseguir su actividad justiciera "contra el mal y la injusticia" incluso sin el concurso del Dios americano. Reunían sobre sus personas potencias inverosímiles que no procedían de ningún Dios y que, empero, parecían suficientes a la hora de adelantarse a cualquier mal o catástrofe históricos. Pero quien creyese que podía entregar a los superhombres -en la ficción al menos, lo que ya sería mucho- el lugar dejado por ese Dios, hubiese quedado de nuevo empujado por la crudeza de la historia contemporánea a hacerse, respecto a ellos, la pregunta que se había hecho ya nuestro náufrago de los Relatos del Navío Negro, la pregunta sobre la posibilidad de que el lugar del Dios justiciero esté desocupado y tenga que quedar vacío:

"Aquella noche dormí mal bajo las frías y lejanas estrellas, meditando sobre el frío y distante Dios en cuyas manos descansaba el destino de Davidstown. ¿Estaba realmente allí? ¿Había estado, pero se había marchado?" [III, 21]


Aunque en el contexto de la viñeta sólo parece estar dirigiéndose la pregunta al Dr. Manhattan, podemos reconocer bajo su nivel inmediato una alusión al papel que se espera los superhéroes desarrollen para el mundo contemporáneo, y que no es un papel originario de ellos. Desatendiendo esa voz, permitiendo que rebose de la mediación de la figura del superhéroe, volveremos una y otra vez a encontrarnos con Spiderman ante los escombros de las Torres Gemelas, sumido, como nosotros mismos, en la perplejidad.



NOTAS:
(1) Insistiremos en fijarnos en ese número como en una excepción que, sin embargo, no abandona el género de los superhéroes, sino que requiere una magnificación -por referencias concretas al tiempo histórico que envuelve al tiempo ficticio de los superhéroes- de las relaciones retóricas entre los autores/lectores de estas ficciones, las figuras superheroicas y los hechos del mundo contemporáneo. Esta magnificación seguramente también tendría lugar durante la II Guerra Mundial, cuando el supersoldado llamado Capitán América midió sus fuerzas con las de los ejércitos del III Reich. (...)

Los años del desencanto (extractos).

[El Dios nacional y los superhéroes en las memorias de un enmascarado retirado.]

(...) Otra voz que debemos tener presente, si queremos "tomar la medida" a las razones y repercusiones de la aparición de las ficciones de superhéroes a partir de la meta-ficción desarrollada en Watchmen, es la de la confesión de Hollis Mason en su autobiografía de héroe enmascarado. Además de ofrecernos sus recuerdos de juventud acerca de la transición de las historietas "pulp" a las historietas de superhéroes, Mason se arriesga a hacer una exploración del género que no se limita a presentarlo como "fenómeno de entretenimiento de masas". Su juicio permanece atento a otra clave que nos interesa más: la de las interpretaciones morales que sustentan la figura de los protagonistas de esas historietas desde la posición histórica compartida por lectores y autores:

"Todos aquellos brillantes detectives y héroes [dice Mason refiriéndose a los protagonistas de los tebeos pulp] me permitieron vislumbrar un mundo perfecto, en el que la moralidad funcionaba como debería hacerlo siempre" [p. 5 de Bajo la máscara]. Tampoco duda en señalar un cierto vínculo genealógico entre sus lecturas "pulp" de adolescente y las lecturas de la Biblia de su abuelo: "La noción del bien y la justicia que me inspiraba Lamont Cranston [la Sombra], con su sombrero y sus pistolas automáticas resplandecientes, me parecía muy alejada de la imagen del viejo feroz y taciturno que recuerdo sentado en su granja de Montana, sin otra compañía que su Biblia, pero estaba seguro de que si los dos se hubiesen conocido hubiesen tenido de qué hablar".

Resultados de la primera intevención de un "justiciero enmascarado" émulo de Superman. Entre todas las "simetrías" de Watchmen, se descubre una gran asimetría: la que impide atravesar el umbral entre el "afuera" y el "adentro" del espectáculo superheroico sin que medie una intervención cruenta, que convierta a los superhéroes (sobre el papel) y a sus imitadores (fuera del papel) en piratas o "payasos disfrazados".


En efecto, los héroes "pulp", pese a sus "oscuridades y ambigüedades", servían como espadachines de una Justicia infalible -de alcance moral, escatológico, como la que impartiría en el fin de los tiempos un Cristo Pantocrátor- que, más allá de la "pequeña" justicia de las leyes temporales, los expedientes criminales y los procedimientos judiciales -de alcance sólo administrativo y político, falibles y posteriores a la trasgresión, en el mejor de los casos-, aseguraba que "lo que era malo recibiera su merecido castigo", por medio de una intervención aparatosa y espectacular. Estos héroes suplían, al menos en las páginas planas de las historietas, una función de ajusticiamiento expedito e irrecusable que toda una generación encontró ausente del mundo del incipiente y ya saboteado "Sueño Americano". ¿Pero quién es el agente último de esa Justicia suplida? ¿En qué momento esa Justicia se presentó en nuestro mundo histórico de modo que ahora pueda echarse de menos la intervención de su mano, por cuyo poder los justos reciben lo necesario para su tranquilidad pacífica, y los inicuos su castigo?
(...)
La importancia sociológica de los protestantismos en la Nación norteamericana mantuvo vigente hasta el siglo XX, en contradicción con el deísmo de los Padres de la Nación norteamericana y sacando partido de la "libertad religiosa" de la Primera Enmienda, la creencia en un Dios que vela para que en los acontecimientos históricos los justos prevalezcan sobre los inicuos, según su propia Justicia, infalible e inescrutable -por eso nos referiremos a ella con mayúscula inicial. (...) La aparición de los cómics de superhéroes es un fenómeno propiamente norteamericano, derivado de un cruce contradictorio entre las tradiciones religiosas y morales -predominantemente protestantes- de su sociedad civil y el hecho de que la Nación política norteamericana se constituya ya y tenga que abrirse lugar en la historia universal sobre la vorágine de unos tiempos que preparan la "muerte de Dios" y la "desvalorización de todos los valores", y por tanto, el desfondamiento de su propia "moral a la americana" y el colapso de su interpretación moral del mundo dominante. (...) A los del "Sueño americano" se les aplicaría lo que dice el refrán "a Dios rogando y con el mazo dando (sobre el ataúd de Dios)": porque mientras "América" sigue insistiendo retóricamente -por medio de historietas ilustradas, películas, buenas conciencias y sermones religiosos- en la posibilidad de librar de la erosión de la "atmósfera postmoderna" su común interpretación moral del mundo, su orden de "valores democráticos americanos" y sus garantías, más allá de esa retórica de propaganda el mismo proyecto político universal de los Estados Unidos no puede sino afianzarse, necesaria y materialmente, en la promoción de las condiciones históricas, económico-sociales y tecnológicas en las que el desfondamiento de todos los "valores" y la pérdida de toda divinidad se hacen inevitables en el horizonte. De esta manera, la nave americana, en la que muchos tienen un pie puesto como "modelo contemporáneo a seguir" -aunque no sea el único-, al final también nos sume igualmente en la nada, mientras que nos permite esquivar provisionalmente el inminente naufragio achicando agua con un cubo. (...) Así habla de esa efectiva "pérdida del sentido" en la aparente victoria del "Modo de vida americano" un enmascarado retirado:

"Todos los casos que investigué durante los 50 parecían sórdidos y deprimentes, y a menudo me helaban la sangre en las venas. No sé, parecía que el aire estaba impregnado de una cualidad lóbrega. Como si el elemento esencial de nuestras vidas, de todas nuestras vidas, estuviera desapareciendo cuando todavía no sabíamos lo que era. No creo que lo pueda describir de forma adecuada, salvo a alguien que recuerde la magnífica sensación que nos invadió a todos después de la guerra: nos habíamos enfrentado a lo peor del siglo XX, y lo habíamos soportado estoicos. Parecía que habíamos alcanzado una era de paz y prosperidad que nos llevaría hasta el año 2000. Aquel optimismo se mantuvo durante los años 40 y 50, pero a mediados de esta última década, comenzó a desvanecerse, y todo pareció verse invadido de una sensación ominosa." Hollis Mason: Bajo la máscara (Under the hood), cap. V, p.13 -citado en el apéndice del cap. III de Watchmen.


Estos soldados alemanes, tras extender por Europa la idea del Übermensch nacionalsocialista, huyen del avance del supersoldado de América.

Una respuesta "popular" a esta contradicción que señalábamos, condicionada por la alfabetización de las masas del país y la sobreabundancia capitalista en el mercado de la prensa escrita y las publicaciones a color, vendría a quedar inaugurada por el paso de las historietas "pulp" al género de los superhéroes y el definitivo asentamiento de estos segundos, que siguen atrayendo a nuevos lectores después de cerca de setenta años. No sabemos por qué Superman, el primer superhéroe, calcó su nombre inglés del alemán de la figura post-moral pintada por Nietzsche, que ya no conoce nada ni de un "Dios" ni de los límites o deberes de un "Hombre": el Übermensch, el Superhombre -o "Ultrahombre", precisarían algunos. Y no lo sabemos porque, antes de que podamos saberlo, se nos alcanza pensar que ese Superman no representa sino un giro de tuerca más -un giro "pop", en este caso- en la dirección metafísica de la búsqueda de "Dios" y el "Hombre (americano)", reunidos en un nuevo aseguramiento fundamental del uno por el otro. Porque, por supuesto, esta respuesta del Superman no tendría viabilidad histórica sin que el hombre americano se hubiese quedado a la espera de un Dios (americano), convertido por la libertad de culto de la mayoría protestante norteamericana -y la minoría judía integrada- en "aliado" y "protector" de las empresas históricas americanas y su "modo de vida": la doctrina del "Destino manifiesto".

Fallando la mano amiga de ese Dios en la historia, llegan los superhéroes a mantener elevada la "moral americana" en la ficción, haciendo irrelevante más allá de las viñetas, al menos provisionalmente, el que el Dios americano se hubiese olvidado de los justos. También el libro del Apocalipsis se compuso en tiempos en los que los cristianos eran perseguidos y humillados por los paganos, para asegurar la esperanza de la primitiva cristiandad y pintar retóricamente ante ella la caída de Babilonia y el ajusticiamiento universal al final de la historia; los lectores de las historietas de los superhéroes no son tan pacientes, sino que pasan a exigir ese ajusticiamiento en los márgenes de la propia historia, sin caer en la cuenta de que su nación quizás esté más cerca de "Babilonia" (la Roma pagana) que de aquellos para los que se escribió el Apocalipsis. (...)

Cuando Superman, abandonando su disfraz de Clark Kent, voló en 1938 en las viñetas de una historieta para evitar la ejecución de una inocente en la silla eléctrica, también dio alas al corazón de muchos jóvenes americanos con las que volar durante sus ensueños y evitar así la caída directa en el abismo -el fascinante abismo- hacia el que se dirigían ya sus empresas y su "moral americana"; de esta manera, los superhéroes, con Superman a la cabeza, se harían populares, ofreciendo al habitante del "Sueño americano" una cura en falso, una restauración superficial que era capaz de disimular, provisionalmente pero también de modo reiterado, el resquebrajamiento de sus cimientos. Afortunadamente, esas alas que permitían al lector seguir a Superman en sus vuelos eran de una factura tan débil como la del suelo cuyo desplome habían permitido ver desde lo alto, y estaban, por así decir, hechas de cera y papel de revista juvenil. En 1975, cuando Rorschach se tragó a Walter Kovacs [VI, 25 y 26], ese vacío abismal reclamó la mirada del personaje e hizo añicos sus ilusiones, para que ya nadie pudiese fingir no conocerlo. Si la mirada del lector pudo seguir a la del personaje a través de las páginas de la historieta hasta nuestro presente, no habrá encontrado ya un abismo ficticio -ficticio como el vuelo de las alas entregadas por Superman- sino el abismo histórico que los superhéroes habían ocultado a los que querían dilatarse en el "Sueño americano", que al quedar cercado por un vacío es, esencialmente y no sólo de modo contingente, eso mismo: ensoñación.
(...) Éste es el proceso que discurre bajo el paso del género de superhéroes al género de piratas, la deriva que acaba siendo presentada de nuevo, a su manera, en el juicio que Rorschach y el Comediante comparten sobre sus coetáneos y la desmoralización de su circunstancia [VI, 15]. Dice Rorschach: "(...) Él [el Comediante] era quien mejor lo entendía todo. De la gente. De la sociedad y de lo que está pasando. (...) Entendía la capacidad del hombre para causar horrores, y nunca se retiró. Vio el interior oscuro del mundo y nunca se rindió". (...)