[Los superhéroes ante el 11-S. El problema de la Teodicea.]
(...) En estos tiempos, ¿cuáles son los compromisos del Dios nacional? Tras los terribles atentados "contra los ateos y contra el Diablo" del 11 de septiembre de 2001, el Gobierno de los Estados Unidos puso en marcha una operación militar llamada en principio "Justicia Infinita", por sinonimia con "Justicia Divina" -está claro que sólo un Dios (americano, por exclusión del Dios de los terroristas, que era el islámico) podía estar detrás de una "Justicia Infinita". El presidente George Bush II llamó a sus aliados a una "cruzada contra el terrorismo", dejando entender que se refería al terrorismo organizado como guerra santa; en otros tiempos, convocar las cruzadas era potestad del Papa. ¿Era esto una nueva expresión del "conflicto de las interpretaciones" que debía resolverse mediante el "diálogo"? En este caso, cada parte sabía de antemano o bien quiénes eran los inicuos o bien quiénes eran los ateos, y obraba en la convicción de estar siendo asistida por un Dios. La Justicia de Dios, en lugar de presentarse de modo prodigioso -como durante el azote de las Diez Plagas sobre Egipto-, se expresó guiando las armas norteamericanas hasta sus objetivos de guerra. Por cuestiones de "respeto a la sensibilidad musulmana", esto es, para evitar anunciar esta guerra del Dios americano como una primera batalla contra el conjunto de los musulmanes, incluidos los musulmanes norteamericanos -quienes, a su vez, alegaron muy lúcidamente que sólo Dios, el Alá musulmán, era capaz de impartir una "Justicia Infinita"-, el nombre de la operación militar se cambió, a los pocos días de su anuncio, por el de "Libertad Duradera". De esa manera, la diplomacia y las "relaciones públicas" deshicieron el "malentendido".
¿Es frívolo haber hablado en estos términos de semejantes hechos sólo con un propósito expositivo, o ya el "malentendido" mencionado había frivolizado por sí solo toda la situación? En un tiempo en el que los cómics de superhéroes pueden mostrar a su público a un Spiderman que vaga compungido entre los escombros humeantes de las torres del Centro Mundial de Comercio (World Trade Center), resulta muy difícil frivolizar con frescura. Por supuesto, un cómic tal fue dibujado, impreso y distribuido atléticamente [nota 1], y hemos de suponer que se publicó con el propósito benévolo de encomiar las personas de quienes arriesgaron y hasta perdieron su vida al auxiliar a compañeros y desconocidos durante la evacuación de los dos rascacielos atacados en Nueva York.
La valentía de éstos habló ante los propios autores/lectores del cómic más que ningún episodio dibujado de las acciones superheroicas, dejando lugar a una equívoca moraleja final en las últimas páginas del número: en esa ocasión, los héroes no habían actuado bajo ningún antifaz o auxiliados por poderes extraordinarios, sino que vestían trajes corrientes o iban uniformados, desempeñando durante el rescate quehaceres que nada tenían que ver con los vuelos de los superhéroes. Pero, ¿por qué permitirnos honrar a estas personas con el título de "(super)héroe", cuando los héroes, que son esencialmente ficticios o legendarios -incluso cuando estén inspirados por el relato de episodios históricos-, jamás han tenido que arriesgar tanto como ellos? ¿Qué derecho tenemos a hablar según una medida moral tomada de la ficción para sentenciar con ella sobre el mundo histórico en que estamos inmersos, si es ganar referencias morales lo que pretendemos y no más bien generar literatura de ficción? Ya hemos visto más arriba cómo los superhéroes, escapando de las páginas de los cómics, quedan deformados en su entraña, rechazados y negados en sus aspectos ficticios esenciales hasta que de ellos sólo permanece el disfraz: los disfraces de los Minutemen y los otros "superhéroes" de Watchmen. ¿Por qué insistir en el reverso de ese mismo equívoco y aplanar el mundo histórico al objeto de que éste y sus personas se encierren en los límites del género de discurso superheroico? (...)
A lo largo de su impertinente y tardío paseo entre las ruinas de las Torres Gemelas, el asombro de Spiderman, quien propiamente está de más en la situación, es interrumpido por la pregunta de un hombre en uniforme de bombero, que se dirige a él con severidad: "-¿Dónde estabais [los superhéroes]?"; el enmascarado cree justificarse con otra pregunta: "-¿Cómo íbamos a saberlo? ¿Cómo podíamos imaginarlo?". Reflexionando sobre esto, encontramos que la aparente pregunta del bombero ficticio es ya una respuesta a una segunda pregunta, y que en realidad vuelve a justificar en algún grado la presencia tardía del enmascarado: no está de más que encontremos ahora a alguien que reúna sobre su persona poderes que le hubiesen hecho capaz de evitar los atentados paseando entre las ruinas porque, al menos tarde, ha llegado al lugar donde se le requería. Con su reproche, el bombero ficticio vuelve a restaurar y reservar el lugar vacío de un milagroso agente de la Justicia a beneficio de los superhéroes, que en esta ocasión, -afirma- no han alcanzado a intervenir a tiempo, a favor de los justos, en el curso desastroso de los acontecimientos, y sólo podrán colaborar en una reparación posterior: en la última página del número, todos los superhéroes de la marca Marvel avanzan contra el lector en formación de combate, siguiendo al Capitán América hasta el nuevo enemigo, allí donde se encuentre: ¿fuera del papel? Mas, ¿y si lo que falla en la intervención superheroica no es tanto su tardanza, sino su propia idea, y más que su idea, el que esté vinculada tan íntimamente a los acontecimientos históricos en los que, allí donde termina el papel del cómic, se encuentra inmerso el Hombre americano?
Pues el puesto que suplen los superhéroes ante los atentados del 11-S, vacío por haber sido ofrecido por los "buenos americanos" a un Dios americano que o bien no ha llegado a comparecer en los márgenes de la historia o bien sólo ha enviado a sus representantes, no pertenece ya al tiempo de la acción ficticia, por más que los superhéroes intenten engranarse en la historia contemporánea y los autores/lectores pidan que se presenten "al lado de ellos" en el tiempo histórico fuera del papel. Si soslayan esto y se dejan llevar del hilo del relato, una vez inmersos en su espejo, el lector y al autor del cómic asumen de inmediato, a través de la intervención del bombero ficticio (precisamente por el peso "cotidiano", verosímil del personaje), que en algún pasado reciente, en el mismo tiempo de la acción ficticia que presenta las viñetas, la presencia en la escena del superhéroe hubiese sido del todo pertinente, al menos durante el ataque a los rascacielos acontecido el 11 de septiembre -esto es lo que viene a decir el bombero, diciendo otra cosa. Pero: ¿y si tampoco en ese pasado reciente, pero ya inalcanzable, hubiese sido pertinente su presencia, aun dentro del tiempo ficticio? (...) Una vez se comprende esto, ¿cómo mantener vivo el reproche que hacía el bombero, en nombre de autores y lectores, a Spiderman? ¿Cómo no interpretar ese reproche como un chiste macabro? ¿Por qué en un cómic sobre el 11-S el hilo de la ficción todavía está pensado para encajar a los superhéroes en el mundo del Hombre americano? (...)
Estas últimas son las preguntas que, en los límites del género superheroico y la posición histórica que le da lugar, resulta imposible o formular o comprender; al final de la trama de Watchmen, por supuesto, las preguntas se plantearán de modo que inviertan y anulen el sentido de la ejecución del gran plan de Veidt, al permitir los autores que ya en el propio tiempo ficticio de la trama -el medido por el reloj ensangrentado- la gran intervención heroica de éste tenga lugar y, coronada por un golpe cómico casual, quede anulada en su sentido. En efecto, ¿cómo decir, tras la recuperación del diario de Rorschach, que esa intervención secreta de Ozimandias fue pertinente en vista de sus resultados, esto es, según el criterio con el que comprendemos que el mismo Veidt la había ejecutado? ¿En realidad podrá evitar por siempre el desencadenamiento de la guerra nuclear -o mejor, de cualquier otra guerra, como pretende- la cruenta "gran acción" de Veidt, que ha propiciado la pacificación del mundo contemporáneo con la sangre de tres millones de personas, transformando en ese mismo instante su aparente crueldad en el brillo divino que lo funde con la leyenda de Ozimandias? (...) Su insistencia en tomar parte como (super)héroe (contemporáneo) sin superpoderes en la "salvación de la humanidad" es, por paradoja, la que acaba mostrando trágicamente, a través de la ficción, cómo la presencia de tales figuras ficticias en la historia es, de antemano, tan imposible como gratuita: y por extensión, indica por qué la ficción debe renunciar a fantasear con esas figuras.
Pero demos un giro más al paseo de Spiderman por la "Zona 0" antes de cerrar esta sección. Sin duda es ya muy significativo que alguien se permita volver a colocar a los superhéroes en la situación cuando ya no pueden aportar nada propio, con el simple propósito de reprocharles que se les ha echado en falta, que no han ocupado el lugar desde el que se esperaba tomarían parte para salvar la situación (a favor de los justos). (...) El bombero, con su aparente reproche, hablaba en nombre de todos los que conocen el género de superhéroes. Su pregunta era de inmediato comprensible para quien esperase que, al menos en la ficción, alguien hubiese asistido a la escena de los atentados para interrumpir milagrosamente -más bien, prodigiosamente- el curso de los acontecimientos. Decididos los acontecimientos, ¿qué consuelo podían aportar los superhéroes, si tampoco se les podía permitir evitar los atentados sobre el papel? Ninguno de los superhéroes o de los supervillanos de la factoría Marvel dejó de llorar entre las torres caídas, buscando las razones de aquella destrucción. Si no me equivoco, por primera vez en su carrera de malvado profesional, el Doctor Doom nos mostró que todavía podía derramar lágrimas bajo el corsé de su máscara de hierro. Aunque los supervillanos se hubiesen esforzado en adelantarse al mal, la historia les hubiese sorprendido con males todavía más incomprensibles. (...)
El superhéroe, entre los escombros humeantes, se pregunta una y otra vez "¿por qué?". Podría estar preguntándose por las razones que otros tuvieron para producir ese horror contra dos edificios civiles o por las razones por las que Dios había permitido que América, un país justo, lo haya padecido, en un ataque preparado en la paz dentro de sus fronteras y no durante una guerra. Vuelve a ser la pregunta de la Teodicea sobre cómo reconciliar la omnipotentia y la suprema bondad de Dios con el hecho del mal. En la ausencia de un plan de un Dios (universal) o una Razón que sean los mismos para todas las partes en conflicto, conocer las razones de un enemigo no es primordialmente "hacer las paces con él", "ver las cosas desde su punto de vista para comprender lo que hace y tolerarlo", sino subrayar en el mismo antagonismo aquello que puede servir para adelantarnos a él o doblegarnos ante su imposición. Pero no parece ser eso lo que busca Spiderman con su pregunta, porque él entiende, independientemente de lo que hablen sus enemigos acerca del Dios único (Alá), que sí hay una universalidad de referencia para él y los terroristas: la universalidad de su propio Dios, el Dios americano (aunque sea el mencionado por el lema del billete de un dólar, "el Dios de los deístas"), y la idea histórico-política del Hombre que le va aneja. Por vez primera, el superhéroe, en el cruce contradictorio de su despiadado "mundo postmoderno" y su orden de valores universales, se tiene que hacer la pregunta que a él mismo, en relación al mundo del lector, le confiere una función de respuesta (de respuesta ante la misma pregunta, hecha por sus lectores): "-¿Cuánto tendrá que esperar el ajusticiamiento de buenos y malos? ¿Por qué han de sufrir los justos?".
Después de años de sobreabundancia de historietas de superhéroes, el que un superhéroe se haga las mismas preguntas que vinculan su género a los lectores contemporáneos nos indica que no hemos abandonado el cruce en el que su figura pudo ostentar en 1938 un sentido inmediato ante el público adolescente de Norteamérica; pero del mismo modo, nos obliga a vérnoslas con estas preguntas sin permitir que, puestas éstas también en la boca del superhéroe, el superhombre a la americana se las apropie y nos evite examinarlas sin su cristal. El superhéroe, como decíamos, carga a rastras con el peso muerto de otros fenómenos contemporáneos -religiosos, sociológicos y morales- que avanzan sincrónicamente con él, y que hacen que su intermediación como "figura significativa" determine la resolución de esas preguntas en cierta dirección, ya de antemano. Para prescindir de los superhéroes -lo que está lejos de ser un resultado de una "autocrítica voluntaria", sino que debe ser preparado por los acontecimientos mismos de nuestro mundo- prescindiríamos antes de algunas irresoluciones y espejismos centrales de nuestra época. Por eso al final de Watchmen, cuando el último (super)héroe ha quedado expulsado por la sonrisa del lugar triunfal, se introduce la cita de John Cale "sería un mundo más fuerte, más fuerte y hermoso, donde morir".
(...) Además de actuar providencialmente como "espadachines del Dios americano", los superhéroes tomaron la escena del pulp en 1938 ya dispuestos a suplir plenamente la mano de ese Dios, facilitando con sus superpoderes los milagros y los ajusticiamientos que Él hubiese prescindido de cursar. Gracias a sus superpoderes, estaban ya preparados para proseguir su actividad justiciera "contra el mal y la injusticia" incluso sin el concurso del Dios americano. Reunían sobre sus personas potencias inverosímiles que no procedían de ningún Dios y que, empero, parecían suficientes a la hora de adelantarse a cualquier mal o catástrofe históricos. Pero quien creyese que podía entregar a los superhombres -en la ficción al menos, lo que ya sería mucho- el lugar dejado por ese Dios, hubiese quedado de nuevo empujado por la crudeza de la historia contemporánea a hacerse, respecto a ellos, la pregunta que se había hecho ya nuestro náufrago de los Relatos del Navío Negro, la pregunta sobre la posibilidad de que el lugar del Dios justiciero esté desocupado y tenga que quedar vacío:
"Aquella noche dormí mal bajo las frías y lejanas estrellas, meditando sobre el frío y distante Dios en cuyas manos descansaba el destino de Davidstown. ¿Estaba realmente allí? ¿Había estado, pero se había marchado?" [III, 21]
Aunque en el contexto de la viñeta sólo parece estar dirigiéndose la pregunta al Dr. Manhattan, podemos reconocer bajo su nivel inmediato una alusión al papel que se espera los superhéroes desarrollen para el mundo contemporáneo, y que no es un papel originario de ellos. Desatendiendo esa voz, permitiendo que rebose de la mediación de la figura del superhéroe, volveremos una y otra vez a encontrarnos con Spiderman ante los escombros de las Torres Gemelas, sumido, como nosotros mismos, en la perplejidad.
NOTAS:
(1) Insistiremos en fijarnos en ese número como en una excepción que, sin embargo, no abandona el género de los superhéroes, sino que requiere una magnificación -por referencias concretas al tiempo histórico que envuelve al tiempo ficticio de los superhéroes- de las relaciones retóricas entre los autores/lectores de estas ficciones, las figuras superheroicas y los hechos del mundo contemporáneo. Esta magnificación seguramente también tendría lugar durante la II Guerra Mundial, cuando el supersoldado llamado Capitán América midió sus fuerzas con las de los ejércitos del III Reich. (...)